viernes, 24 de abril de 2009

Letras

¿Alguien se acuerda del Día del Libro? Para hoy ya está olvidado y así se mantendrá hasta el próximo año cuando una semana antes se haga publicidad para con dos o tres eventos (realizados en el centro de la ciudad, por supuesto) se conmemore esta fecha. Bueno, sin contar el Encuentro de Poetas de noviembre. Al parecer, son los únicos días donde se recuerda que en Michoacán existen grandes poetas, excelentes narradores y muchos, muchos más aprendices (no todos buenos, no todos tan malos).

Al parecer también, estos últimos son los que más abundan y quizá por eso no se le ha dado a las letras michoacanas el lugar que se merecen. ¿O no es de aprendices dejar a un lado, detrás de un escritorio, a grandes creadores de las letras? ¿No es de aprendices no apostar por la propuesta independiente rezagando a jóvenes cuyo talento sólo debe ser encaminado? Peor aún, ¿no es de aprendices hacer como que se trabaja?

Para el Día del Libro se tiró la casa por la ventana, pero el círculo sigue siendo vicioso. Las mismas caras largas, las mismas barbas blancas, los mismos pantalones roídos con los mismos sacos viejos o, en su defecto, las mismas playeras deslavadas.Para mí, el esfuerzo resulta más loable cuando se logra llegar a la gente que efectivamente no lee ni dice leer.Y eso, señores de cualquier institución, no se hace realizando las cosas fáciles, hablando bonito ni poniendo caras dulces.

Se habla de más de 150 salas de lectura cuando en realidad funcionan no más de 20, quizá menos. Me refiero a funcionar generando resultados. Por supuesto se les exige a cada dueño emitir un informe donde establezcan los logros, den números, cifras perfectamente maquillables. En realidad se rumora que muchos de los representantes de las salas de lectura llenan sus bibliotecas particulares con los libros donados por el gobierno. Poco se sabe de su trabajo, pero cuando existen encuentros ahí vemos a todos platicando de sus éxitos, hablando sobre su trabajo creativo, quejándose de la apatía del mundo cruel.

Sin embargo existe gente que realmente trabaja. He sido también testigo de quienes prefieren poner el recurso de su bolsillo a estar dos horas “gestionando” para recibir únicamente promesas. El año pasado acudí a un evento donde se llevó teatro y presentaciones de cuenta cuentos a una colonia marginada. En efecto, en un principio sólo habían dos o tres personas (mis alumnos y yo), cuando se habló de “regalos especiales” se acercaron otras diez, pero lo mejor fue que se mantuvo la atención de la colonia completa (unas 50 personas) hasta las 8:00 de la noche sólo con una tarima y vestuario improvisado. Gente que no va al centro por escuchar lecturas de intelectuales. Gente que podría interesarle la literatura, si se le acerca.

Pero sabemos que en Morelia por lo menos, los grupos intelectuales son más selectivos que cualquier club social. Es lógico por lo tanto, que no se busque llegar a las masas, porque quizá eso implicaría manchar esa exclusividad. Regresamos entonces a los eventos en el Jardín de las Rosas, en la Plaza Valladolid y en la Casa de la Cultura, porque salirse de su lugar seguro sería perder esa gente que alaba se dicen entre sí maestr@s vestidos de hippie. Lo peor de todo es que ni siquiera existe unión en el gremio. La premisa entre los creadores literarios permanece en “todo es perfectible… por mí”.

Y resulta que todos están encajonados: los tristes-melancólicos, los románticos-cursis, los alcohólicos-quieroserbukowski, los cachondos-pornográficos, los revolucionarios-mequejodetodo, los soytotalmentediferente, sí, también la diferencia es un lugar común.

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