viernes, 23 de mayo de 2008

Despertar

Hace un año siete meses supe lo que era volar. Digo, nunca he estado enamorada del aire ni he buscado los deportes extremos para soltar adrenalina pero por causas del destino, un charco y la falta de precaución por no llevar el cinturón de seguridad salí volando del auto. El resultado: una semana en el hospital, policontundida (en español, muchos golpes dolorosos) y la mitad izquierda de la cara junto con el pecho resultaron dañados. Desde entonces he tenido algunas cicatrices que en algún momento le quitaron lo sexy al escote o tuve que tapar con mi cabello. Debo reconocer que si no fueron espantosas, resultaron muchas veces incómodas. Por eso decidí someterme nuevamente a cirugía, nomás por pura vanidad.

Entré al hospital con la noticia de que Constanza, la hija de Edith González es también hija del senador “ultraconservador” Santiago Creel. Esa nota estuvo alimentando mis 20 horas de ayuno siguientes. Un hombre respetable, esposo intachable (antes del divorcio, por supuesto), además uno de los preferidos del gabinete foxista, ¿teniendo una hija con La Aventurera? Eso sí que es de comentarse. Siempre se sospechó que la niña fuera hija de un funcionario público, incluso se nombró alguna vez a Andrés Manuel López Obrador pero Edith no tiene cara de perredista precisamente, ni que le gustaran los chaparritos morenos. Y ahora que veo bien a Constanza, tiene toda la cara de su padre. Dicen que antes de salir a dar la cara a la prensa Creel tuvo a bien revisar las encuestas, como los puntos no bajaron declaró acerca de lo delicado del tema y el respeto a su privacidad. Me pregunto, ¿De haber bajado la popularidad, habría resultado ser la hija incómoda?

En fin, me pusieron una bata capaz de terminar con el orgullo de cualquiera, me canalizaron a las 2 de la tarde y a descansar para esperar a la doctora quien llegaría hasta las 9 de la noche. Eso de estar en el hospital nunca me ha gustado. En realidad creo que a nadie en sus cinco sentidos le puede gustar un lugar así. Una cosa es la vocación de médico y otra la vocación de enfermo, yo no tengo ninguna. Cada hora la revisión de rutina hasta el momento final ¿Estás nerviosa? Mucho. ¿Estás mareada? No. ¿Tienes sueño? Creo haber contestado sí. La verdad no recuerdo. Dos horas después desperté recordándole su progenitora al anestesista por haberme puesto tubos para respirar. El volver en mí fue doloroso y reconfortante al mismo tiempo. Agréguele detalles oscuros propios de un desconecte mente-lenguaje. El monstruo periodista de la semana pasada no me llegó ni a los talones.

Dieron indicaciones de poder marcharme al día siguiente. Había reaccionado bien, pude levantarme de la cama un par de veces lo cual me dio puntos extras de tal forma que tenía hora de salida conforme lo decidiera. Preferí quedarme hasta la hora de comida, aunque la comida de hospital es horrible. Descansar y ver la televisión mientras llegaba el momento de partir a casa. No me di cuenta que fuera, a media cuadra del hospital habían lanzado tres balazos. Tampoco me di cuenta cuando se bajó un hombre de la camioneta blanca y se echó a correr con un celular en la mano, dicen que también llevaba una maleta. Mucho menos vi cuando dentro de una farmacia le dieron un balazo en la pierna y se lo llevaron. Eso es lo que contaban. Yo solamente pude observar parada esa camioneta sobre Avenida Camelinas, la desesperación de algunas personas, testigos del hecho. La información todavía está confusa. Aquí nadie sabe nada o mejor dicho, tod@s sabemos poco.

Los efectos de la anestesia han ido pasando. Escribo bajo la influencia del analgésico. No podré salir en toda esta semana, para el próximo paréntesis seguro platicaré sobre las hormigas. Algo están tramando, de eso estoy segura.

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