sábado, 12 de julio de 2008

No Fumar

Para quienes acostumbramos prender el cigarro cada vez que hay una buena plática, que estamos ansiosos o enojados, cuando debemos callar y preferimos absorber una buena cantidad de nicotina o simplemente por el hecho de llevar algo a la boca con cero calorías, carbohidratos y grasas, la reforma aplicada en el Distrito Federal se vuelve insoportable. Sí, ya habíamos tocado este tema antes pero déjeme contarle la terrible crónica del café sin cigarro (o peor aún, de la chela sin cigarro).
Nunca lo había querido creer. De hecho no me consideraba fumadora, si acaso lo era de manera social o cuando no tengo nada qué hacer y el chisme se pone muy bueno en las tardes de café, pero en general no compro cajetillas diario. Más bien entraba en la clasificación de aquellas que fuma por el simple gusto de sacar humo (el antiguo complejo de locomotora) o cuando la boca se siente tan intranquila que necesita algún anestésico. Disfruto mucho el cigarro cuando estoy enojada o cuando el trabajo me agobia de tal manera que, literalmente, quiero echar chispas. Hay ciertos estados de ánimo en los cuales mis labios están inquietos y a riesgo de besar a quien se me ponga en frente o comer cualquier cantidad de frituras, prefiero llevarme un Marlboro para tranquilizar la mente. Lo cual resulta solo un placebo, porque es bien sabido que los efectos de la nicotina ni siquiera son relajantes, lo relajante radica precisamente en el acto de aspirar y respirar.
Fue muy comentada la reforma para designar sólo algunos espacios abiertos para quienes tienen este hábito. En apoyo y en contra, las opiniones no esperaron. Incluso cierto senador buscó el amparo el cual le negaron tal como lo hicieron con muchos bares y restaurantes. La decisión fue definitiva, los fumadores deberían respetar a quienes no lo hicieran y no al revés como venía sucediendo.
Entre trámites para cambiar de hogar, hace algunas semanas estuve con Dory (fumadora declarada) en el D. F. En un principio la misma contaminación ayudó a disminuir la necesidad de humo en los pulmones. El primer día sólo fue necesario un cigarro en el patio de la casa para que ella pudiera dormir. El segundo día entre estar 12 horas perdida en las líneas del metro y mi tensión por el nuevo trabajo, quisimos prender un cigarro en la primera banca del lugar que paradójicamente tenia letrero de no fumar. Tuvimos que buscar un área adecuada. Igual nos pasó el tercer día en Six Flags ¿Quién fuma en Six Flags? Alguien que tiene limitadas las áreas para fumar.
Dos semanas después repetí la historia pero ahora sola. Llegué a comer a un Sanborn’s que como no tiene espacios abiertos para fumadores, está prácticamente vacío, yo por lo menos, no concebía la idea de estar ahí tomando café sin prender un cigarro. La noche siguiente me vi en un lugar bailando salsa, escuchando música, tomando un trago, llevándome a la boca un popote. Encontré la complicidad en un par de señores que no se movieron de la puerta, no por ser parte de la seguridad del lugar, sino porque no pudieron dejar de fumar.
Ahora sí me siento ajena a la ciudad. Debo acostumbrarme a ubicar perfectamente los letreros entre fumar y no fumar, es necesario aprenderme los lugares donde puedo o no prender cigarros (generalmente se distinguen por las colillas tiradas en el suelo o por los grupos de personas reunidas), aquí no cualquiera regala cigarros porque quien fuma es rar@. En cierta forma comienzo a pertenecer a una futura mafia. Pero insisto jamás me creí fumadora, hasta que llegué el D. F.

No hay comentarios: