domingo, 14 de diciembre de 2008

Esferas

Estoy estrenando cuernos y me resulta divertido. Seguro no soy la única, he visto más de tres con los suyos bien puestos, además los presumimos orgullosos. Para mí es otro caprichito que cumplo, me gusta, lejos de modestias lucen bastante bien. ¿Ridícula? Para nada, es exhibirnos como en carnaval, ser parte de una fecha de luces donde tod@s, aun sin querer, somos participantes. Por eso me gusta diciembre, por el olor a posadas, reuniones y demás detalles.

Y es que aunque bien pueden ser “placebos” (Sr. Guerra, 2008), una de las cosas que hace feliz al ser humano es el encanto. A la gente nos mantiene viv@s las ilusiones y tal vez una de las pocas cosas que nos unen mundialmente son las fiestas en torno a Diciembre: la Navidad y el Año Nuevo. No se puede negar que si bien las vacaciones son especiales, la primavera nos llena de bochornos así como cierto ánimo pegajoso, Diciembre suele escribirse con mayúscula en las tarjetas de felicitación, en los últimos documentos del año y en la memoria de la gente.

Aunque ahora esté de moda ser cada día más seco con respecto a estas fechas, renegar sobre los altos precios, las filas en los centros comerciales y ni hablamos de los estacionamientos sin lugar, soy de aquellas que le encanta ver la ciudad llena de luces, los árboles de navidad y el ambiente que se respira en las calles. Siempre me pierdo en las esferas, qué manera tan hermosa de crear con un respiro tantos colores, un objeto frágil pero con tanto brillo. Son como estrellitas dentro de casa. Tengo además la fortuna de vivir en el estado con mayor producción de esferas, por lo tanto hay mucho por dónde escoger: largas, transparentes, opacas, con diamantina, lisas…

Mi madre amenazó con “ser moderna y no caer en ese juego de banalidades como los arreglos en la casa”. Obviamente su hijo banal y su hija cursi se opusieron a tal revolución maternal. Tengo la impresión de que ganamos la batalla. Pero es que no concibo una fiesta sin moños, sin listones. Se siente vacío el espacio y al cuerpo le da más frío todavía.

En el trabajo ya tenemos dos árboles de navidad, moños y luces. Cortesía de las secretarias que son las más entusiastas en estos asuntos. De mi lado quise hacer llegar el espíritu hasta el último rincón: aprovechando la ausencia de mi jefe Grinch (Odeón en la versión mexicana) arreglé su escritorio hasta la computadora. Cuando llegó el grito se escuchó hasta el pasillo “¡Escuincla ¿Qué hiciste?!”

Entre dientes y gruñiendo dio sus argumentos “Pero yo soy una gente seria, un escritor, un intelectual, quítame eso de aquí” (bah ya recuerdo por qué me caen tan mal los intelectuales). Tardé más en ponerlo que en llevarme las cosas al carro. Entonces ando con mis cuernos para todos lados, soy feliz y para mí ya llegó la Navidad que no es otra cosa más que frío, abrigos, ponche, velas, aromas cítricos, tiendas, gorros, fiesta mucha fiesta porque logramos sobrevivir un año más, porque existen estos pequeños lujos (y estos momentos de paréntesis).

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