jueves, 21 de agosto de 2008

Nombrar

Para Adán Pando, culpable de todo.

Me llamo Erika Leonides Torreblanca Rojas. Erika porque el nombrecito estaba de moda en los 80´s, Leonides porque así se llamaba mi bisabuela, Torreblanca por el primer apellido de papá (y no, no es el de los hoteles, ni tiene nada qué ver con gobierno) y Rojas por el primer apellido de mamá (que no, tampoco tiene que ver con bares de ambiente). Entiendo que cada un@ de ustedes también tiene un nombre con su historia. Se llaman, son llamados, les dicen. Son.
Existen madres (generalmente son ellas) que tardan meses buscando el nombre ideal para sus hij@s. Buscan en libros especializados, entre diccionarios en diferentes idiomas, consultan con familiares, continúan tradiciones. Dar nombre a una persona nueva es una responsabilidad muy fuerte: nombre es destino, es significado. Se traza la vida misma desde el nombre. De tal manera, yo tengo un nombre por necesidad, porque la sociedad me exige existir bajo ciertos límites de la lengua, necesito ser nombrada. Me pregunto si el nombre encerrará todas mis características. Tengo cara de Erika, eso sin duda. Hace poco conocí a una chica que dice no tener cara de acuerdo a su nombre lo cual le ocasiona mucho conflicto, busca otras maneras de llamarse y a veces prefiere responder solamente cuando le dicen “tu”. Cuando me veo al espejo no me imagino siendo Rocío o Susana, nombres igualmente hermosos al mío sin ser para mí.
La magia está hecha con palabras. Todos los ritos le dan particular peso a las oraciones. Peticiones, maldiciones, basta con llegar al verbo. “Nunca nombrar a los muertos, sería como invocarlos”. Decir, es lograr en el ámbito del misticismo, como dar mandatos al destino para obtener cuanto queremos. Si nos ponemos supersticiosos basta con expresar el deseo para volverlo un decreto (ahora repitan conmigo: Erika es una escritora exitosa).
Las cosas también “se llaman” ¿Quién fue el/la primer@ en nombrarlas?. Decía Platón “quien sabe los nombres sabe las cosas”. De ahí la conciencia, el pensamiento: a partir de la palabra se crean los conceptos, lo que nos vuelve animales simbólicos por lo tanto racionales. Nombrar las cosas para darles un sentido, una razón de ser. Nombrar las cosas para existir, para que existan, para que existamos.
Por otro lado me encontré la contraparte “…aunque el nombre de las cosas es muy importante, por esa vaina de la semántica y los significados, es necesario recordar que los nombres representan la teoría, pero los hechos y las acciones son la práctica. Ahora bien, según la religión, Dios creó al hombre y le dijo: "tú nombraras las cosas", "tú darás nombre a las cosas". Yo, sin querer echarle paja a Dios, ni meterme en las profundidades inhóspitas y ambiguas de la religión, voy a tratar de interpretar eso que dijo Dios sobre los nombres de las cosas. Creo que solo se puede dar nombre a las cosas, después de hacer esas cosas. El hecho es que, hacer las cosas es inventar nuevas cosas, es decir, transformar el mundo, para después poder darle nombre.” Dar nombre al resultado de la transformación. Eso me gusta y sigo en conflicto: hacer para nombrar, nombrar para hacer. Me duele la cabeza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno Erika (es decir, tú, la que tiene cara de Erika…), vaya berenjenal al que te has (nos has) metido. Qué gusto encontrarte inmersa en estas reflexiones. Incluso parecería que te has convertido en una escritora de éxito...
Saludos,

Emiliano

Anónimo dijo...

yo te conozco y no conocia tanto acerca de tu nombre. Un verdadero privilegio conocerte. saludos!!

Atte. La rata o basura ¿(recuerdas)?