sábado, 9 de mayo de 2009

Cubrebocas

Dos largas semanas sin saber nada de nosotros ¿estamos completos? A ver, levanten la mano para que nos contemos: uno, dos… sí, somos todos.

Bien, ¿cómo la pasó usted de influenza? Yo muy mal, como usted sabe soy de origen chilango y al parecer nos pegó de lo lindo en aquella caótica ciudad. Desde que comenzó a correrse el chisme de un virus extrañísimo, peligroso y súper poderoso, estuvimos al pendiente de las noticias por vigilar al igual a la familia.

Justo cuando teníamos las maletas preparadas para disfrutar de un largo fin de semana, llegó esta rara enfermedad para instalarse en México. Comenzaron las declaraciones “preocupantes”: es imparable, no hay vacunas, lo mejor es evitar salir de las casas. En ese momento la alerta comenzó. El miedo también.

Para el 25 de abril las cosas se complicaron. Ese día por la tarde se dijo se suspenderían las clases en el DF y San Luis Potosí hasta el 6 de mayo puesto que sería lo mejor para evitar contagios. “La cosa va en serio” pensé y quise ir por mi familia hasta la Ciudad de México con la intención de sacarlas de ahí lo antes posible (lo admito, fui presa del miedo hollywoodense, pero me veía tan linda como heroína…).

Comenzó la faena de buscar cubrebocas que para entonces ya estaban agotados en Morelia. Repito 25 de Abril por la noche. Sin ánimo de exageración, cito textualmente las palabras de la dependiente de la farmacia: Uy no! No van a encontrar ninguno, ya se acabaron en las farmacias (y, después constaté, no mentía). Lo gracioso del asunto es que en la ciudad poco se sabía sobre la enfermedad y casi nadie usaba un cubrebocas como método de prevención todavía. Entonces, ¿quién los tenía?¿Dónde estaban? ¿Alguien los compró todos? Pienso que sería muy desconfiado de mi parte pensar que se encontraban escondidos en las bodegas...

Para el 26 ni geles para limpiar las manos, ni cubrebocas e incluso el jabón antibacterial ya estaba agotado en las tiendas ¿A las 11 de la mañana? Es decir, si en mi última visita a la farmacia que fue a las 11:45 de la noche todavía había algunos botes, ¿En menos de 12 horas alguien compró todos los de la ciudad? ¿O yo me desperté muy tarde para realizar compras de pánico? Era increíble. Pero yo no había sido la única. Paradójicamente, nadie de mis conocidos había comprado ningún producto de prevención (y vaya que me encargué de investigar), ni amigos de la universidad, ni del trabajo, ni vecinos, ni antiguos conocidos….

Días después aparecieron milagrosamente farmacias donde los vendían de manera limitada “para no fomentar el pánico ni la compra desmedida”. Gracioso, muy gracioso. Yo me aburrí de buscarlos. Quizá este mismo aburrimiento me llevó a la apatía, luego a informarme, luego a la incredulidad. Llegó mi familia sana y salva, estuvieron todos sin cubrebocas, salimos tranquilamente por la ciudad, cuidando un poco más la higiene, se fueron tal como llegaron. Ayer llegó a la oficina una secretaria vendiendo gel antibacterial… ¿Habrá sido ella la acaparadora? En fin, cada quien su lucha.

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